Otra vez como otras tantas noches
evocas el mar, llamas a tu sombra,
le pides que lea en el orden de la arena,
Que descifre para ti las viejas piedras.
El mar repite su espuma, insiste
y esa voz impenetrable es tu voz.
Contemplas el espejo en que te ausentas.
¿Qué profundidad podría devolverte luz
entre apretados átomos,
desde abismos superpuestos?
¿Cómo hacer un hombre de tanta cosa dispersa?
Una sobre otra avanzan oleadas de palabras,
Las historias, las promesas, las preguntas.
Apenas pronunciadas regresan al mar incalculable.
Los fantasmas de las horas felices
Y de las horas trágicas
danzan sobre el puente de un buque.
El abismo recoge las formas que se hunden.
lunes, 11 de agosto de 2008
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